Día uno que no es el día uno pero que podría haberlo sido, por qué no…
Desliz como método
César Cortés Vega
El ánimo gregario entonces. Ese que puede más de lo que un espíritu aislacionista es capaz de realizar. Tal es la premisa de la residencia en Quito “De uso público”, recordatorio de algo que a primera vista parecería evidente. Nada mal además, recordarlo, porque cuando eso
se mantiene claro es quizá posible plantear nuevas formas de orden, aunque sean efímeras. Toda cosa evoluciona según un hilo tensor que administra la fuerza de ambas posiciones. Por supuesto que un edificio de departamentos nunca habría podido ser construido sin el concurso de una gran cantidad de personas, desde su realización física hasta su operación conceptual. Sin embargo, en una obra de esa magnitud hay una estratificación perfectamente regulada. Nada nuevo entonces; el Estado rector se constituye en el momento en el que se concibe un centro racional que administre los recursos. Un centro operacional.
Por eso, quizá, para los que quisiéramos en ocasiones desmarcarnos de esa fuerza centrípeta que nos convierte en unos progresistas orgánicos en potencia, puede ser que el mero delirio sea suficiente para adquirir sensación de desprendimiento. No hay más que dejar que la mente divague. La alteración de la percepción quizá entonces tenga ese objetivo; desmarcar la organicidad de un cuerpo que sin algo externo que desarme la seguridad de sus procesos, esté condenado a repetirlos, como en aquella frase tan conocida atribuida a Avellaneda. Al final la historia es, además, un montón de sinsentidos, tiempo perdido, conversaciones en los espacios privados, violencia y secretas filias que acompañan a los ciudadanos que al día siguiente se presentan en una oficina u universidad para apoyar con su presencia el estado de cosas en el que se ha convertido su vida. En todo caso, la consecución de rupturas sin las secuelas que los moralistas prevén para sus adorados hijos, permita reconstruir los organismos. Incluso, planear rupturas más radicales. Una deriva no es divertida sin malas decisiones. Por eso, que se decida al vapor y al calor del desliz campechano –que en México quiere decir alegre, pero también despreocupado- está bien si pensamos en la reacción rápida que a algunos pueblos les salva de la desaparición como resultado de una reacción rápida. A la vez y por contradicción, lo que a muchos otros les puede llevar al precipicio.