La escritura como un ejercicio de cartografía de lo contingente, elabora un mapa provisorio para andar a ciegas y sordas por el mundo.
Lo concreto de su objeto, otra condensación de palabras, atenta la iniciativa de lo efímero.
Pero, cómo se construye una memoria si cada gen de esa conversación inaudible con lo infinito acontece en el silencio de su propia finitud?
El tránsito permite poner-se en movimiento hacia otro lugar en donde los pasos demarcan una tierra desconocida escrita con los mismos pies.
La inmanencia de la huella no configura una solidez, pero al menos otorga una isla de firmeza contingente, un haber sido contenedor de la fuga hacia adelante del serás otra geografía sentimental, unas líneas sonoras retenidas en la vibración de vocales y consonantes, un atrapa-palabras en la carne de unos insomnios tan soñados.
Palabras cruzadas, rosa de los vientos, tripulación de almas en el barco fantasma de cada día.
Palabras que entre cruzan visiones de un mundo ya leído y sin embargo, olvidado sin el trasiego de la conversación.
Las palabras abrazan un ojo de aire que busca su retina. Entre parpadeos, los dioses sonríen y relatan cuentos sobre la infancia de los increados, nosotros.
Ahora hablamos en lenguas, comimos el corazón de cada uno de los que celebraron la conversación.
