Fuimos llegando en bandas y en solitario a la región seleccionada y hasta donde se perdía la vista no había espacio vacío alguno. Las casas de los naturales ocupan todas las extensiones y están unidas por calzadas rectas donde es peligroso caminar sin atención.
La mayoría de las casas de la zona donde nuestros líderes nos instalaron anuncian sus intenciones en sus frentes a veces muy decorados con vidrios, luces y objetos de naturaleza variada que se muestran detrás de un velo transparente y duro imposible de atravesar con las manos.
Grandes templos reúnen diferentes adoradores, llamándonos la atención uno en especial que colocan largas bandas de tejido rojo y están separados del resto de la calle por unas barras de material que impiden a los de afuera penetrarlas. Impacientes grupos aguardan en las afueras y utilizan raros peinados nuevos y conversan unos con otros con insistente algarabía.
Por lo poco que pudimos apreciar en la primera ingresión de esos templos salen a gran altura las caras de sus dioses, como la que muestro en el dibujo anexo. Algunos exhiben sus armas de guerra entre sus brazos y otros expresan grandes sentimientos con las expresiones de sus rostros y sus manos y brazos con gran ira. No observamos manifestaciones de diosas femeninas aunque el conjunto esta ricamente adornado con flores y diseños aún ininteligibles.
Por la tarde nos perdimos en los interiores de unas grandes casas donde salía música y voces de las paredes y en cada habitación muchos naturales en rondas comían torpemente con las manos y daban voces de contento y se echaban al cuerpo unos líquidos abundantes, algunos claros o rubios y otros oscuros como el de muchas pieles, lo que sin duda les ayuda a fijar los colores a las pieles.
Nos trataron con amabilidad y a cambio de unos pocos papeles que traíamos, nos dieron el mismo trato y gentiles, 4 de ellos nos cantaban en su lengua y ritmo historias entre gritos y quejas pero es cierto que sus instrumentos de cuerdas, 2 grandes y dos chicos, sonaban con un ritmo contagioso. A dos por tres uno de ellos se paraba y golpeaba el suelo con ambos pies y daba grandes voces.
La premura del amanecer nos vio andar por las calles recubiertas de piedra, como las casas que decíamos, y así terminó el primer día.
Rubén Darío Romani.