Día 7 / Christian Román. 18 de febrero 2013

Despertamos uno a uno antes del amanecer y así bien dormidos tomamos un trencito hasta el mar. Los pantalones prestados me quedaban grandes y no alcanzaban a me protegerme del frio intenso. El viaje ya se hacía largo y algo incómodo. Entonces me concentré en los rostros de los otros y ese fue mi segundo viaje en el día.

El sol lo cambia todo, siempre.

Llegamos finalmente a Constitución y el primer regalo fue sentir la sal en los labios bastante antes de bajar a la playa. Aquí las aguas son bien bravas y ruidosas. Me aturdieron los oídos rápidamente.

La imagen es extraña.
El mar rompe olas en las arenas negras justo enfrente a una gran fábrica. Enorme.
La gente camina a su alrededor como si no existiera y respira despreocupada sus descargas tóxicas. Un cartel avisa que no se puede nadar en el mar. Todos se ven contentos y entretenidos.
Algo sucede allí que no encastra. A mi rompecabezas le faltan varias piezas.

Volvimos en bus charlando animadamente.
Me gustaría ir a México.

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