Despertamos uno a uno antes del amanecer y así bien dormidos tomamos un trencito hasta el mar. Los pantalones prestados me quedaban grandes y no alcanzaban a me protegerme del frio intenso. El viaje ya se hacía largo y algo incómodo. Entonces me concentré en los rostros de los otros y ese fue mi segundo viaje en el día.
El sol lo cambia todo, siempre.
Llegamos finalmente a Constitución y el primer regalo fue sentir la sal en los labios bastante antes de bajar a la playa. Aquí las aguas son bien bravas y ruidosas. Me aturdieron los oídos rápidamente.
La imagen es extraña.
El mar rompe olas en las arenas negras justo enfrente a una gran fábrica. Enorme.
La gente camina a su alrededor como si no existiera y respira despreocupada sus descargas tóxicas. Un cartel avisa que no se puede nadar en el mar. Todos se ven contentos y entretenidos.
Algo sucede allí que no encastra. A mi rompecabezas le faltan varias piezas.
Volvimos en bus charlando animadamente.
Me gustaría ir a México.