Hice un plan de viaje minucioso para llegar desde Córdoba a Villa Alegre. La distancia era grande y tenía que cambiar de estaciones y tomar un par de buses. Si no tenía grandes contratiempos llegaría justo a tiempo para la presentación pública de la residencia.
Durante el viaje iba pensando en lo que dejaba atrás, lo que llevaba conmigo y fantaseaba un poco sobre lo que podría venir.
El vuelo fue una sorpresa. Resultó ser mucho más que un simple trámite para llegar a destino. He volado poco y cada vez que lo hago me invade una emoción inmensa. Creo que es un acto reflejo ante tanta enormidad allí abajo.
Poco antes de las 7 de la tarde llegué a La Casona Solariega y casi todos los residentes estaban ya. Deliciosa y divertida mezcla de acentos y tonadas.
Luego de la presentación comenzamos a charlar y a conocernos.
Ella se llama Tita y es vecina del lugar. Es bajita, algo canosa y sonríe mucho. Desde el terremoto de 2010 no sube al primer piso de su casa. Ahí arriba todo sigue desordenado y abandonado así como quedó. Nadie en la casa se atreve a cambiar eso. Trato de imaginar cómo es vivir a diario con esa gran sombra encima de la cabeza. Me encantaría ayudarla a cambiar eso.