“Aquí se queda la clara, La entrañable transparencia De tu querida presencia”
Nada más opaco que el patrimonio.
Edificios, cajas superpuestas, ladrillo sobre piedra, metal sobre pluma, columna sobre terraza.
Las capas de la historia como una cebolla que encierra sus posibles variantes.
No se lee la historia de una ciudad sin enrojecer los ojos, sin apretar los puños. Cada paso sobre las contemporáneas calles aluden a ecos hundidos en las desapariciones de los tiempos.
Museos, centros culturales, palacios de estado, expuestos con la contundencia de la piedra rosada de antiguas canteras michoacanas. Pero la piedra enuncia una incompletitud, ha sido descarnado de un contexto, luego cubierta de yeso y unida con mortero, finalmente pintada o no del caleidoscopio de los imperios.
Descubrimiento
en cubrimiento
re cubrimiento
Miento
De la oscura trasparencia del museo, de la patrimonialización de la existencia de esos otros que rara vez se auto enuncian y si lo hicieran, no sería en estos modos de ser cubiertos de una pátina a des leer, des teñir.
El cielo desleído cubre las piezas de la ciudad en su vitrina de complacencia llena de callados gritos.