La isla Janitzo, flota en la inmensidad de un lago ahora de aguas amarillas o marrones donde antes fue indistinguible la claridad del agua y la opacidad del cielo.
La antigua riqueza de peces, el pez blanco, desapareció como se esfumaron muchas variedades de formas y hábitos culturales en la tormenta de la conquista.
Los pescadores ensayan su danza de redes volantes, una coreografía amable de quienes hacen un oficio de atrapar la nada, la extinción, la forma ausente del “pez volador del aguamundo”.
Una inmensa creatividad persiste, se muestra en los muelles, en los pliegues de ese itinerario para turistas y afuerinos en la costa de Pátzcuaro, por fuera y por dentro, como estrategia de alteridad, de las políticas culturales patrimonialistas. También se ensucia con una producción de objetos que enajena, que cita un mercado mundial impersonal y kitch para consumo de voraces viajeros expatriados
Los peces blancos sobreviven en el imaginario de Mizraim Cárdenas y nadan hacia un tiempo artístico para ser tomado en las redes de las miradas contemporáneas y revivir el mito, la presencia.
Las producciones culturales abrevan de un enorme y variado fondo visual y narrativo como el magma de un volcán creativo que establece conexiones entre temporalidades ciertas, extintas, impuestas e imaginadas.
Para ver, de a ratos, es necesario descansar la red, aquietar las aguas, ir más lejos.
