El domingo fue día de descanso. Salimos a dar un paseo, yo andaba en silencio, algo cansada, con muchas ideas y sensaciones que digerir. Frente al acueducto un hombre vendía rehiletes, traía unos 30, acomodados en un palo de madera. Hacía tiempo no reparaba en ese juguete tradicional, me maravillaron como cuando era niña. Bailaban juntos, dibujando círculos, mezclando la luz con sus colores. Compré uno que giró conmigo el resto del paseo.
De vuelta a la guarida, ya que la energía se había movido, trabajé hasta la madrugada. Cuando entré a la habitación, los otrxs diez llevaban ya varias horas durmiendo. Sonaba en silbidos la calma del mar. Me quedé un rato acostada medio hipnotizada por el ir y venir de sus respiraciones, imaginando la cantidad de energía y conexiones que hay en una pieza con tantas personas durmiendo juntas. Arriba de mi cabeza estaba el rehilete inmóvil descansando sobre la madera de la litera, sólo se escuchaba el sueño colectivo, ese que nos ha traído a todxs hasta acá.