La jornada empezó con la buena nueva de Ayelén y sus cuadernos hermosos. A medio día comenzamos a dibujar nuestros ejemplares del “club del cuaderno internacional” bajo la consigna de que el dueño del cuaderno no pondría su nombre, sino un dibujo en la primera página para marcarlo. La idea es que cada uno de los participantes en la residencia haga dibujos en los cuadernos de los compañeros y así, cada uno se llevará el trabajo de todos a sus respectivos países. En la noche hicimos la primera jornada colectiva y parecíamos niños de preescolar trabajando, cada uno en su cuadernito con acrílicos, lápices, papeles y criollitos con dulce de leche.
La visita al museo fue francamente decepcionante. El edificio es hermoso, pero lo sentí como un elefante blanco y público.