Texto realizado para el libro
COMUNITARIA, arte y procesos sociales.
Editorial Curatoría Forense. noviembre 2017
Necesitamos una erótica de la imagen
Susan Sontag. Contra la interpretación (1964).
Ninguna buena historia comienza con “estaba yo comiendo una ensalada cuando…” [1]. Ninguna, por más que lo intentemos. Las buenas historias tienen una carga de fuerza, de fantasía delirante, una imposibilidad constituyente. Las buenas historias tienen hambre.
Nuestra historia comienza con una incomodidad y una urgencia. Esa incomodidad de sabernos individuos y necesitarnos comunidad. De no entender suficientemente lo que nos es propio y lo que nos es compartido.
Y sentimos esa urgencia de saber cuál es nuestro límite y cuál nuestra posición.
Entonces enfrentamos tres tensiones simultáneamente: la tensión del individuo consigo mismo, la tensión de la comunidad y, tercero, la tensión entre cada individuo y la comunidad.
Pero, a diferencia de lo que supone el sentido común, resolver la tensión es la peor solución. Porque no se necesita solución. Resolver la tensión nos objetúa (nos afirma en nuestra convicciones). Sostener la tensión nos hace individuos, nos obliga a negociar con la realidad.
vivir juntos o morir solos
Entonces. Cada individuo oscila entre afirmarse y vulnerarse. Entre tener la fuerza de afectar y la capacidad para dejarse afectar. Porque en la tensión entre estos impulsos si vence uno, ambos son derrotados.
Tomar posición, afirmarse en esa tensión es siempre problemático y estresante, porque los riesgos para el individuo son muchos. Porque, tratando de autoafirmarse, puede negar la existencia de la diferencia (de todo lo otro) y usar la ignorancia autoinducida como base de su convicción. El individuo cuando elude cualquier argumentación (con el otro, con lo otro) destruye con ello la comunidad y la política.
Para evitar la homogeneización prescriptiva, la idea de “La patria es el otro” debe ser acotada siempre por “la patria es la predisposición y la estructuración de toda relación posible”. No basta con reconocer (o tolerar) la existencia de lo otro, hay que hacer posible que lo otro no sea más de uno mismo.
Por su parte, las comunidades están organizadas por ese deseo de estabilidad, de estabilización. Esta pretensión muchas veces es opuesta al individuo, pero siempre es insuficiente para las pretensiones de quienes conforman la comunidad.
Comunidad e individuo se construyen y se exigen mutuamente. Se modelan incluso en sus relaciones impensadas, automáticas. Porque, individuos y comunidades, son excedentes (y síntomas) de organizaciones paradójicas de las ideologías disponibles, que se fuerzan para evitar convertir la tensión en conflicto.
Será, que será?
O que não tem certeza nem nunca terá
O que não tem conserto nem nunca terá
O que não tem tamanho
Será, que será?
O que não tem decência nem nunca terá
O que não tem censura nem nunca terá
O que não faz sentido [2]
Entonces la disyuntiva ¿Libertad o Seguridad? depende de las decisiones que los individuos tomen para formar lo colectivo, y de las exigencias que lo colectivo requiere del individuo para pertenecer. Es una cuestión de normatividad (de orden, pero no necesariamente de control) y también de la forma en que el deseo se ejecuta.
Necesitamos aprender a convivir con la libertad del otro, en especial cuando esta libertad no coincide con nuestros intereses. Hay que aprender a vivir con el deseo cuando el otro no nos desea. Y con la necesidad y urgencia de construir capacidades que sólo son posibles en el cuerpo social. Sino los cuerpos son banales y las comunidades sólo acumulaciones.
imaginarios antes que imágenes
quien no tiene estrategia,
forma parte de la estrategia del otro
José Raúl Capablanca
Y venimos a proponer que el arte contemporáneo no tiene nada que ver con las imágenes. Ni con la estética, ni con la poética. Venimos a intentar comprobarlo en la ejecución práctica de la ética y la política.
Proponemos un arte contemporáneo como capacidad de reconocer en las imágenes las posibilidades del imaginario. Proponemos un arte contemporáneo liberado de su obligación ilustrativa, iluminadora.
Venimos a desconfiar de las imágenes [3]... de esa organización estática de la percepción, que ilustra o fuerza al imaginario, tomándolo de rehén. Porque fue de ese modo autoritario que -a través de la imagen- fuimos creando una maquinaria de administración de los signos con los que nos veremos identificados y nos obligará a la pertenencia y el arraigo. Aquella maquinaria que es una estructura prescriptiva que delimita previamente los saberes necesarios para su comprensión, que admite una sola lectura; que se impone y nos ordena. Que nos limita y nos posiciona.
Venimos enfrentar a los imaginarios… a revisar “todo ese repertorio de nociones disponibles, la forma en que se enlazan, se afectan mutuamente y se organizan jerárquicamente, donde unas predominan y las otras soportan su narrativa” [4]. Para evidenciar la manera en que disponen un trazado sobre los sujetos, estructurando lo verdadero, lo posible y lo pensable.
A discutir los imaginarios basados en imágenes, instalados y naturalizados, aquellos que despliegan una estructura que nos señala los recorridos a escoger, las variables a ser consideradas, hasta las decisiones y preferencias que creemos individuales. Te das cuenta del laberinto cuando eres sucesivamente castigado. La única forma de escapar es por arriba.
y si no son imágenes, ¿que es lo que vemos?
Nos enfrentamos a imaginarios mediocres, vacíos y normativos. Mediocres en tanto órdenes narrativos de pocos elementos, de pocas y estereotipadas relaciones entre esos elementos. Vacíos en tanto están desprovistos de densidad y estructuración interna, superficiales, que actúan como nominaciones, nombres que señalan y agotan lo señalado en el nombre. Normativos en tanto que exigen su cumplimiento para la eficiencia de la comunicación, pero restringiendo e inhabilitando la capacidad de imaginar. Imaginar lo otro, pero también imaginar otra versión de sí mismo.
Deseamos ver cómo se hace visible la decadencia de un imaginario, y con ello la posibilidad de instalación de otro imaginario; mientras vamos desarrollando la capacidad de producirlo. Deseamos exhibir cuando se demuestra su mediocridad, por lo que no puede explicar, cuando exhibe su vaciamiento funcionalista o, por último, cuando su poder no es capaz de ejercer fuerza suficiente para coaccionar(nos).
Porque cuando hay cohesión la novela (el relato de ese orden) se instala fácilmente. Demasiado fácilmente. Y sus detalles nos distraen y olvidamos que -detrás de cada anécdota y cada testimonio- ese orden persiste. Ahí es cuando preferimos su ruina.
para sobrevivir a las máquinas.
El sujeto no habla sino que es hablado
(Cfr. Lacan, Jaques).
Adelantamos que el arte contemporáneo se apropia de los imaginarios, esos que hablan por nosotros. Los revisa, instiga y cuestiona, exhibiendo como se contradicen y superponen, formulando sobre ellos formas de conocimiento abstracto que permitan la comprensión de sus procesos estructurales. Pero su prioridad no es la denominación, sino los procedimientos que la permiten.
¿Cómo? el arte contemporáneo es una herramienta del conocimiento de lo real a través de un descalce del lenguaje. No sobre lo que dice, sino sobre la posibilidad de decir. Porque “los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo” [5]. Entonces la pregunta se transforma en ¿de qué manera podemos forzar al lenguaje para expandir o densificar lo que ya sabemos del mundo?.
Entonces afirmamos que aquello de lo que el lenguaje habla es la superficie. Detrás está la forma en que somos capaces de conocer, la estructura es invisible a los ojos. No importa cuál lenguaje, ni cual es su letra o su composición visual, su diseño o su uso cotidiano. Afirmando y tomando distancia de su alfabetismo, está su efectiva capacidad de conocer.
Esta área la delimitamos con tres conceptos: procesos cognitivos, sesgo cognitivo y disonancia cognitiva. En resumen reggaetonero: cómo procedemos para aprender, qué decidimos no aprender para poder aprender y, por último, cómo se produce una aparente paradoja entre dos concepciones del mundo [6] completamente diferentes que pueden explicar lo mismo (suficientemente).
Nuestra pretensión es que a través del arte contemporáneo se desaten procesos cognitivos posibilitando la construcción de otras posibles organizaciones conceptuales de la cultura. Algunas son revisionistas (contrastando la consistencia de los detalles), otras estructurales (verificando el orden en que se organizan) y otras actualizantes (que verifican su obsolescencia o pertinencia).
Cuando una comunidad se libera -aunque sea temporalmente- de la jerarquía de lo visible (y de sus representantes) provoca una organización conceptual actualizante: actualiza poniéndonos al día, reorganizando el conocimiento y la experiencia, convirtiendo lo que imaginamos en acto. Nos convierte en acto y posibilidad.
En ese sentido el arte contemporáneo puede ser utilizado como herramienta para auditar la cultura y verificar su consistencia, posibilitando una instancia de confianza y excepción que habilita la duda.
una breve defensa de la categoría.
Pero sabemos que no todo lo que es llamado arte tiene la capacidad de ser herramienta. Por esto, parte de nuestro trabajo requiere realizar una serie de distinciones fundamentales entre prácticas artísticas. Están aquellas que actúan como mera similitud casual, como reiteración morfológica de una obra o manifestación anterior y vaciando su potencial crítico, también llamado formalismo vulgar [7]. También están las prácticas de impostación o reiteración, que aparentan criticidad pero se encuentran más cercanas a la publicidad y la ilustración. Y, por último, encontramos las prácticas que habilitan un uso político efectivo [8].
Las dos primeras (formalismo vulgar y prácticas de impostación) proponen una relación pasiva, de contemplación e interpretación restringiendo al observador a mero espectador; en cambio la tercera invita a hacer un salto de la expectación al involucramiento a través del empleo pragmático del conocimiento que el arte contemporáneo disponibiliza.
Es también urgente entender y señalar la diferencia entre las formas de incidencia que se pretenden en relación a las comunidades con las que se trabaja. Como ya lo hemos mencionado, existen maneras en que la cultura provoca ajustes de sus órdenes, manifestaciones en donde se revisan y actualizan sus normas. La distinción fundamental con el arte contemporáneo es que la cultura tiende siempre a la cohesión, a integrar a eso otro a su estructura homogeneizante.
El arte contemporáneo es una herramienta de conocimiento y visibilidad de las tensiones que atraviesan las comunidades, instalando la incertidumbre, y a través de esta la posibilidad de construir otros órdenes. Esto es, el arte contemporáneo actúa desde la disidencia.
El arte contemporáneo ocurre como un fenómeno que irradia, donde su soporte material es meramente accesorio.
“… el arte contemporáneo tiene al objeto únicamente como un excedente de sus prácticas y procesos. Esto no es decir que no haya objetos -que se hayan desmaterializado en la pura idea- sino que los criterios para el juicio ya no pertenecen a ese rango” [9].
Más importante que su ejecución material excedente (que lo hace objeto, de estudio o de arte) es su existencia como fenómeno la que habilita la relación que establecemos a través de su intermediación, que nos obliga, nos exige y nos reorganiza. Actuando como sujetos de arte, ni automáticos ni autómatas.
CAPTCHA, demuestra que -a veces- puedes ser humano.
¿Acaso existen los sujetos?, ¿acaso son posibles?, ¿acaso son necesarios?. Tras el ocaso y la muerte de las trillizas francesas (Libertad, Igualdad y Fraternidad) la misma idea de sujeto ha quedado obsoleta. Hemos empezado a formar parte de sociedades (y comunidades) donde la condición de sujeto es meramente estadística, de tendencia general (#trending) que se especifica, de decisiones previsibles de la moda (entendida como la repetición de lo más probable).
Sostenemos frente a esto que nadie sabe muy bien cómo ser un sujeto, como producirlo, educarlo o siquiera cuáles son las condiciones para reconocerlo. Y que cualquier intento (y que Paulo Freire nos perdone) de establecer una pedagogía para el sujeto termina en una objetividad que objetúa sujetos, que nos hace objeto.
La pregunta sigue siendo la misma: ¿es posible enseñar la libertad? o puesto en otros términos ¿cómo se llega a ser el que se es?. Ante esto proponemos que el arte contemporáneo habilita instancias de subjetivación, permitiendo abrir un juego para esas decisiones individuales que pretendemos libres.
Esto lo diferencia del diseño, la publicidad y la artesanía; esto es lo que nos diferencia de la homogeneización, modulacion y univocación del deseo, de sus satisfactores y -a través de ellos- de nosotros que nos pretendemos sujetos.
Es en esta afectación, afectiva y efectiva, donde son posibles los sujetos, polisémicos y deseantes, indecentes y vulnerables. Es ahí, justo ahí, donde el arte contemporáneo exhibe y exige una reorganización de los órdenes de la cultura a través de hacer pública una metodología de conocimiento, incisión y despiece de la subjetividad.
Esta tensión entre sistemas (de orden, ideológicos) explota en los individuos, haciéndolos posibles.
¿lo que hacemos importa?
Dado que nuestra contraparte es el despliegue del sistema y no su ilustración o su imaginación, y sus formas de administración de la diferencia (a través de su política de manipulación o su emotividad superficial) es que nos enfrentamos siempre al mismo desafío: nuestro trabajo es casi invisible para las comunidades e indistinguible en los sujetos (por la forma en que es integrado y naturalizado).
El sentido común cuando aprende des-historiza, olvida la complejidad de los procesos y niega toda influencia que no se convierte en eficiencia, en didáctica y pragmática.
Nuestra persistencia en el trabajo nos ha enseñado nuestro límite, nuestro campo de acción e influencia efectiva. De esto aprendimos que las revoluciones son lentas y se van instalando silenciosamente. El arte contemporáneo no se encuentra en las agendas políticas, en las prioridades del presupuesto o en el cotidiano de los vecinos. El Arte Contemporáneo es una concatenación de acciones y pretensiones que no son visibles hasta la instalación de sus procesos y procedimientos.
Por ello, solamente sabemos aquello que ponemos a prueba en la acción. Solo recordamos los conocimientos que utilizamos para tomar decisiones y emitir juicios. Entonces… ¿para que nos sirve conocer sobre arte contemporáneo?.
Para superar la esterilidad de enseñar a producir imágenes, enseñar técnicas o reproducir el analfabetismo visual a través de sus sucedáneos… para discutir las prácticas de arte que -en aparente rebeldía reaccionaria- buscan el consentimiento, aprobación, y la pertenencia aparentemente alternativa. Entonces ¿qué podemos hacer? intentar aproximarnos, difusamente, a una pedagogía que investiga el imaginario.
Nuestro trabajo está orientado a compartir procedimientos que nos permitan preguntarnos sobre el mundo.
artistas como ciudadanos y trabajo en comunidad
Nuestra pretensión es que la residencia sea una instancia donde los participantes (artistas y vecinos) sean empujados a actuar políticamente desde su individualidad, que en este actuar individual desarrollen una potencialidad: la de ser habilitados como ciudadanos. Así lograr que las personas voluntariamente se habiliten y actúen en una zona de coincidencia entre sus intereses y los de la colectividad a la que pertenecen.
Esto no ocurre casualmente, es necesario que los artistas se desidentifiquen del lugar jerárquico (del mesías, del autor y la autoridad), escapando de la pedagogía del embrutecimiento [10]. Para convertir una economía de privilegios en una economía de derechos.
Y frente a cada nueva relación verificar cuales son sus condicionamientos formales o estructurales que desean restablecer ese orden del que intentamos liberarnos: identificar la manipulación y la victimización, soportar la desidia, el abandono y la indiferencia, a la vez que evitar la caridad y la complacencia; seduciendo y motivando al involucramiento.
Entonces nuestro trabajo curatorial consiste en identificar las capacidades, habilitar su uso conjunto y hacerlas disponibles para los vecinos. Comenzando por un diagnóstico, que se ocupe de la comprensión del contexto (y sus tensiones) como también de enfrentarse a lo que los vecinos esperan e imaginan de los artistas. Trabajar, discutir, acordar, y mantenernos juntos desde posiciones diferentes. Un diagnóstico, un plan y un programa; un modo de ser sujetos y una forma de convivir en comunidad.
Buscamos sostener el hambre de devorar el mundo y utilizar la rabia para desearlo de otra manera.
Jorge Sepúlveda T., Guillermina Bustos y Paola Fabres.
Coordinadores Residencia COMUNITARIA, Arte y Procesos Sociales.
NOTAS
[1] Charles Bukowski. Borracho, cartero y poeta.
[2] Chico Buarque. O Que Será. 1976.
[3] Cfr. Farocki, Harun. Desconfiar de las imágenes.
[4] Sepúlveda T., Jorge & Bustos, Guillermina. (2017) Residencias de Arte Contemporáneo SOCIAL SUMMER CAMP, Villa Alegre, Chile. (Córdoba: Editorial Curatoría Forense). p. 38.
[5] Ludwig Wittgenstein. Tractatus Logico-Philosophicus: § 5.6
[6] en el sentido de Weltanschauung.
[7] Término propuesto por Ana Luisa Lima, durante una conversación en Uberbau_house (São Paulo, Brasil)
[8] Sepúlveda T., Jorge y Bustos, Guillermina. (2017). El Arte como herramienta para la acción política. Artículo publicado en: https://curatoriaforense.net/niued/?p=2714
[9] Sepúlveda T., Jorge e Petroni, Ilze. (2013) Del objeto de arte a la relación de arte (contemporáneo). Artículo publicado en: www.curatoriaforense.net/niued/?p=2062.
[10] Punto en el que coincidimos con Joseph Jacotot, Paulo Freire, Jacques Rancière y Georges Didi-Huberman.
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