Del objeto de arte a la relación de arte (contemporáneo)

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Fotografía de la serie Aylomography! tomada por Ana Ró durante la
Residencia de Arte [EL DESEO DE OTRO], La Pedrera, Uruguay. mayo 2013.

En el arte contemporáneo hemos dejado en desuso -es decir, abandonado a otros usos– ese arte centrado en la construcción de una poética autorrealizada, heroica, estética y esteticista. Porque ese es un arte funcionalista (orientado a eficiencias específicas) que, como la publicidad y el diseño de objetos, está organizado para fortalecer consensos culturales previos.

Ese arte de sujetos impunes, inmunes, exentos, extemporáneos, débilmente políticos, iluminados e iluminadores es otro arte que el arte contemporáneo.  No mejor ni peor, simplemente otro.

Por ello la decisión, la falta de coincidencia con la definición previa y el malestar personal nos demandan una redefinición completa de nuestro lugar como productores e intermediarios. Una redefinición urgente porque lo que está en juego es nuestra propia obsolescencia.

Quizás porque muchos de nosotros llegamos a interesarnos por el arte contemporáneo a partir de un inicial enamoramiento con el arte moderno. Esa belleza envejece y se hace otra. Quizás, también, porque aprendimos otras cosas que hacer con eso que alguna vez llamamos arte; cosas que se fueron mezclando y confundiendo con nuestras certezas iniciales. El modo en que decidimos enfrentar esa incerteza cambia lo que pensamos de nuestra acción y de sus consecuencias.

O porque pensamos otras exigencias para el arte y por ellas fuimos interpelados.

Entonces, el modelo se des-modela y se re-modeliza. Todo se hace más complejo, más desafiante, más intrigante. Todo se hace un sistema donde los individuos reconocen sus capacidades y limitaciones frente a las capacidades y limitaciones de los vínculos establecidos.

Entonces el arte (contemporáneo) es más que un predio de sujetos deseantes y objetos irónicos: es un diagrama de fuerzas y significaciones que pretenden un sentido. Que luchan por un sentido.

En esa diagramación confluye todo lo que hemos sabido e ignorado de otros y todo lo que pretendemos.

El asunto es que el arte contemporáneo escapa a su definición; a la posibilidad de clausurar y estabilizar su significante. Su crisis axiomática es constituyente.

El arte contemporáneo se persigue a sí mismo como si se tratara de un concepto fantasma que, al intentar precisarse en alguno de sus aspectos, se va disipando por otros. Ahí radica su riqueza, en la producción de su endeble certeza.

Justamente por ello es urgente y necesario intentarlo. Para poner a prueba nuestra capacidad analítica y para poner en práctica nuestra capacidad de acción. Para poner a prueba ética y estética. Para que el acto sea decisivamente político.

Sabemos entonces -y con estos parámetros- cuándo y cómo nuestro intento es poco contundente e insatisfactorio. Sabemos que nuestra trampa es la propia decisión que nos hace posibles y sabemos cómo esas adjetivaciones y relaciones -que se encuentran construidas para y por el objeto de arte- son los árboles que ocultan el bosque.

Por ello afirmamos que el arte contemporáneo tiene al objeto únicamente como un excedente de sus prácticas y procesos. Esto no es decir que no haya objetos -que se hayan desmaterializado en la pura idea- sino que los criterios para el juicio ya no pertenecen a ese rango.

Porque nuestro problema no es lo bello y/o lo anaestético del objeto; como tampoco es el gusto del espectador. El problema se traslada a los procesos cognitivos; a cómo –desde el arte contemporáneo- aprendemos a aprender y a relacionarnos con el mundo (de los objetos y de los sujetos).

Este desplazamiento y este énfasis -que separa el arte moderno del contemporáneo- hace que el objeto de arte se convierta en una excusa para generar espacios de encuentro y de debate. Espacios para vivir juntos.

Espacios para la fábula y la confabulación, para la concertación y la coordinación de verdades enunciadas siempre como hipótesis provisorias, siempre puestas a prueba, siempre al borde de desbaratarse junto con el acuerdo provisorio que las hizo posible. Que nos hizo posibles.

Porque el arte contemporáneo se basa en la construcción de confianza, que excede y consolida el deseo, el conocimiento y el intencionamiento que acarreamos y que nos hace sujetos.

Que hace posible esquivar la comodidad y las convenciones -esas que convierten toda filosofía en sentido común, toda intuición en herramienta, todo impulso en ansia carnívora- porque es posible cada vez renovar el arte contemporáneo como capacidad crítica de la cultura.

 

Jorge Sepúlveda T.
Curador Independiente
Ilze Petroni
Investigadora de Arte

6 Responses

  1. Quizá lo más interesante y complejo del arte contemporáneo sea esa ausencia de certezas y la relación de esa ausencia con los procesos cognitivos, porque esa cognición es siempre previa al encuentro con la obra de arte contemporánea, y ésta los modifica , en el sentido de reconstituirlos o resignificarlos.
    Los procesos cognitivos definen los modos de aprehensión históricos del sujeto hacia el objeto, en ese sentido, quizá aspectos como lo anaestético del objeto no sean significativos , teniendo en cuenta que responden básicamente al gusto, una construcción de época, lo bello o lo feo no define lenguaje por si mismo ni categoriza un tipo de obra.
    Me interesa el concepto de unidad de proceso cognitivo, como es que un individuo evoluciona no linealmente en su sistema de pensamiento hacia el lenguaje contemporáneo, la multidireccionalidad, la transversalidad parecen ser herramientas de acceso en si mismas, más que de discriminación de lenguaje.

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