Ya el fantasma, aparecido, agraciado por la idea del doble; está ahí. Dejado al ruedo como se deja una rueda mal ajustada o liberado espíritu cuando la niña juega con la ouija. Cuando el doblez sucede, se hace hipóstasis en la corporeidad de su propia obra, pues nada está concluido. El resto es fantasma. Lo que queda de una supuesta producción artística es fantasmático, escenario nuevamente para recibir al huésped. José Pizarro ha hecho de esto su estrategia pictográfica. Si el cuerpo del mendigo es parte de su corporeidad es para acentuar el doblez, exponerse como Dopplengänger en lo que parece una insistencia de su obra. Y se lo intuye recorrer estas calles cordobesas con una vara de anacoreta fallido. Me lo imagino sintiendo en sus pies la fuerza destructiva de lo urbano y sentirse afectado por el exceso de domesticación. El mendigo- artista lleva el umbral como cuerpo, su cuerpo es su propia ecclessia, una improbable puerta por donde se atraviesa el mundo o los objetos (si es que no sub-jetum fragilizado ante la singuralidad del instante). De a pocos, tal cual se intuye de la economía de la calle, los elementos se colocan en un espacio sea de museo o de website (donde más se siente la fantasmática del autor, la autonomía, la autoridad muy presentes en el discurso de lo contemporáneo). La fantasía del fantasma es el cuerpo de dislocación del artista, ya el objeto es melancolía (de ahí la tautología pedagógica). Obra taciturna cuyo silencio es mistérico más que clausura o ante los ojos debilitados del profesor, puro con-sensus con la imagen. Y en este ejercicio quirúrgico de su proceso matérico existe un toque pese a que los nombres son para él, siempre “avasallamiento”. Nos envía ese terrible fantasma del nombre sobre el rostro y que se siente en cada calle de esta ciudad mientras buscamos con la amiga peruana un cuaderno metafísico.
Imagen: Retrato de Pizarro. Dibujo sobre agenda personal, 2014