Llegué a la Residencia junto a una amiga y al juntar la plata para pagar el taxi fuera del Hostal (nos faltaban 20 pesos que el taxista en ningún momento iba a dejar pasar) fue que me encontré con otra Chilena, de Rancagua (mi cuidad de procedencia) y que estudió en el mismo colegio que yo unas generaciones antes, una muy buena casualidad para mantener la comodidad de lo “conocido”.
La conversación surgió de forma inmediata y se vio potenciada con la experiencia de dos chicos peruanos y una brasileña. Una vez juntos hablamos de nuestros trabajos y estudios, sintiendo en mi oído un “wow, no lo creo” constante cada vez que chilenos hablamos de nuestra condiciones de trabajo y estudio.
“Debo 20.000 dólares por mis estudios”
“Trabajo con 11 cursos de máximo 46 estudiantes”
“Trabajo en horario completo de 8:00 a 18:00 hrs”
…fueron algunas de las afirmaciones que parecían increíbles para los receptores de lo que parecía cada vez una historia de terror para ellos. En sus países se trabajan menos horas, los cursos son más pequeños, a los universitarios les entregan bonos por estudiar y los estudios son gratuitos, entre tantas otras cosas.
Conclusión, siento, o más bien hice aún más consciente algo que ya pensaba y cito textual de nuestros compañeros:
“están de la cabeza, su trabajo es inhumano”.