Este primer día en la residencia estuvo cargado de buenos momentos. Me siento fresco, me siento contento de estar rodeado de nuevas personas y nuevas posibilidades.
Estuvimos abiertos y en un modo híper social. Esto pese a ciertos momentos de superconcentración alientante residente-computador(a), de los que afortunadamente tomamos conciencia rápidamente. Diálogo y juego de por medio, nos comenzamos a conocer.
Nota intercultural:
Comenzamos por la punta del iceberg: comida. Durante el desayuno hablamos de cuán diferentes eran los panes en nestros países de origen. Al parecer, el pan acá es muy salado. Luego, en algún momento, se mencionó que los bizcochos criollos hojaldrados eran algo que todos debíamos probar. Los criollos: mil momentos solapados. Por la tarde, CF trajo criollos calentitos.
Estas son algunas capas de éste, mi primer criollito.
Llegada: desayuno. Algo de tensión, aunque cómodo. La bienvenida mutua. Sentir ese momento tan interesante: muy efímero, el comenzar a conocernos inminente.
Almuerzo: todo el mundo en la misma mesa, comiendo canelones y milanesas. Gran almuerzo estilo italiano de domingo, aunque era martes. Compartir nos va uniendo.
Tarde: los chiquillos salen de paseo al centro cordobés. Otros duermen la siesta.
Merienda: la bienvenida oficial. La adicción de muchos a los criollitos, que volaron de la mesa.
Gran Intermezzo: las propuestas de aprovecharnos. La primer discusión. Trabajo y libertad: el primero de mayo acá cercano.
Cena: todo el mundo en una gran ronda. Nos relajamos. El cuerpo se ablanda. En mi cuarto, la luz se apagó a eso de la 1 de la mañana, a pedido, unos minutos después de que un somnoliento Víctor dijese “Luz por favooor” con su mejor tono mexicano.
Vislumbro otro criollito bien consistente y bien hojaldrado, mientras escribo esto el miércoles mientras desayuno.