Día 3 / Guillermina Bustos. 17 de enero 2013.

Apresuradamente podría decirse que es difícil percibir (o es escaso) en la escena Guayaquil el oficio de artista contemporáneo. Las modalidades de la regeneración urbana, claramente heredera de la concepción ilustrada de progreso, admitieron dentro de su plan decimonónico (entre otras cosas) la valorización del arte, pero no ya de un arte moderno, sino de aquel que internacionalmente se encuentra en la cresta de la ola. Así es que, por iniciativa estatal, se modifican los presupuestos de los salones tradicionales de la ciudad, y se crea el Festival de Artes al Aire Libre a desarrollarse en el célebre Malecón 2000.

En este marco de legitimación absoluta de la práctica contemporánea, pareciera que resulta prescindible la utilización de algunos artilugios propios de otras escenas. El artista, en otras regiones al menos, no se limita solo a realizar obras, sino que despliega  una serie de tareas complementarias de autogestión, las cuales le permiten ser admitido en la categoría de artista  (reflexión, escritura, teorización, gestión, diseño, relaciones públicas).

El sistema del arte guayaquileño de patrocinio estatal, como punto de la agenda en el proyecto de regeneración urbana, pareciera anular la necesidad de que el artista realice trabajos extra. Mediante su cuidadoso, controlado y preciso sistema de salones, el artista solo debe limitarse a enviar su obra, y esperar una devolución posicionadora o defenestrarte.  Algunos y aislados son los agentes que escapan a la escena contemporánea amodernada, a esa suerte de amalgama controlada de lo dispar.

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