Revisando ya de noche, escuchando de más las canciones chilenas que tienen el efluvio de un llanto y que, como todo en latinoamericana, no impide el baile, miré a la distancia abismal de siempre, la obra de mi carnal Paulo Bernal. Sé que es inoportuno, si es que no inequívoco, hablar de los amigos a la distancia, pero qué puedo hacer, hay un vendaval que va desde mi garganta hasta el hígado que es el órgano del artista y el borracho. ¿Aún lo dudas estimado Adorno? Sé que no tienes dudas Bordieu pero a qué se debe tu miedo ¡che! Desprendido de añoranzas, siempre esa materia es bienvenida como si tratara de una unción en el cuerpo y en la piel, pero también con la insistencia de que los pintores aún persisten en su oficio y corazonada. ¡Precisamente, corazonada! Y ante todo esa melancolía grecolatina que atraviesa el arte latinoamericano se vuelve trizas, jirones, pues el arte en estas tierras zaheridas. Pero la cueca, mis hermanos (que no se entienda están hermandad como cerración), tiene todo el ritmo de la muerte y la risa que miro constantemente en la obra de mi parcero Bernal. Pero escribir sobre el amigo, es levantar ciertas alas impedidas a los perros o animales como nos-otros. Vaya sudor veraniego de Roma, Vaya sudor de frío de Ipiales cuando exponemos por la amistad o desde Córdoba ciudad cuyo alargamiento de palabras la vuelve imposible para cualquier curador postmoderno (o la sobredimensiona como centro de dislocación).
¡Ya había vivido esto!, diría Goethe al ver su propio espectro o Borges cuya fantasmática vive a sanar en la provincia argentina.
—¡Fuego, Fuego! — cantan las sirenas.
—¡¡Reguetón, reguetón! — solicitan los pies extranjeros.
Y si las cabezas de la pintura piden serenidad, es algo necesario. ¿Será necesario pedir al joven Werter algo de serenidad alemana? ¿Y a todas éstas, el choque que tanto se solicita sobre la sofisticación de la disco (o bolera como dicen llamarle al antro en Argentina) no está tan evidentemente expuesto en la pintura? Al menos eso evidencio en la obra de Bernal como mudanza de su propia pintura, de toda América que siempre está en constante traslado o teletransportación (que al parecer era la intención del curador de la bienal de Guayaquil al incluir la imagen de su obra enrollada en el catálogo).
—Teletransportación — solicita Catalina (la otra O) sabiendo que todo lo contemporáneo está atravesado por una transhumancia constante.
Y un abrazo latinoamericano se hace necesario para sanar a estas tierras.
— Pues no existe santidad sin mancilla — Susurra Nietzsche.
Y aquí, tan lejos del hogar pero tan cercano como un Axolote cortazariano, la sanidad ha sido pronunciada por la pintura del amigo que me acompaña en este viaje.