Pronunciaré Noli me legere, ante la imposibilidad de leer una obra de arte. Ella está encerrada sobre sí misma, impávida, incólume, todo un enigma. Si al pronunciar este conjuro aún persisto en querer leer lo que ante mis ojos se ofrece como una ofrenda, pediré con insistencia, una disculpa. Pues no hay economía en el don, o al menos, no bajo la ley de la casa que legitima la domesticación del otro. Pero la generosidad es algo que hace de la exposición del artista, una dislocación del cuerpo en tanto voz, imagen, espíritu, carne. Pues siempre, y pese a que lo contemporáneo ha planteado la duda sobre las preocupaciones clásicas, la en-carnación está viva en el artista. A lo mejor, y siendo abismalmente amistoso, es la preocupación del color de piel en Sebastián Farfán y que ya Leonardo da Vinci había sugerido como el color de la encarnación tan enigmático como el ayre en la configuración de una pintura que apela a la epifanía. Porque pese a la insistencia política de lo contemporáneo (o lo impiadoso), la aparición de lo imprevisible es parte del corpus. Si las mujeres que poseen esta carnosidad están detrás de la veladura de la pantalla, da igual, en las mixturas del color yace una carne sacrificial y del tacto. Téngase presente que, y siguiendo esta dislocación carnal no tan de cerca, lo kenótico de la representación sagrada también le atañe a las puestas en escena del arte actual. Pero esta carne no apela a Noli me tangere más bien, hace del tacto una imposición y violencia erótica. Si se quiere, esta carne está a punto de la putrefacción sin que la asepsia tenga mucho que hacer. L.H.O.O.Q dirán las mujeres de Farfán , y la pantalla hará de la imagen su propia celada.
Las cabezas de Carrusel de Samuel Pintos circundan estas carnes. No hay presa pero sí animales de caza que caminan tal cual lo hace el joven peruano, sigilosamente, presto a asaltar la carne en pleno vuelo (si fuese el caso imaginarse a las palomas conchudas de Córdoba quitar el maní de mi mano, o el gallo que está al lado izquierdo en el Cristo del perdón que sirve de testimonio firme a esta máquina de Dios y todos sus artefactos de tortura y sacrificio; si es que no inútil ofrecimiento del Deuscommunitas atravesado, lastimado, ofrecido por los instrumentos de tortura, maza, masacre del hijo ante los ojos de los espectadores del arte / carne de otro dios del Cristo de la uva cuyo mosto es su cuerpo y su sangre forman el vino que debe darse como forma de consagración, todo esto en Quito- Tokyo bajo la tutela de Quitumbe, héroe divinizado de la historia quiteña/Carne de los ojos de Ella que siempre se atraviesa en todo viaje como si en el fondo nombrarla en silencio fuese un conjuro de las sombras que suben y bajan por las paredes como alimañas/carne de dibujo que a bien he querido tener junto a mí pese a requerimientos de sofisticación y técnica de lo contemporáneo o del devaneo tecnocrático de las universidades tal cual denuncia Duchesne Winter/Carne ofrecida por Lucero — cuyo femenil nombre nada se ajusta a su figura de Van Gogh — bajo la tutela de los asistentes a la Residencia y que justificaría cualquier viaje, cualquier estómago así Nietzsche compare esta víscera con el espíritu humano/carne animal — vaya redundancia, pues animal significa tener espíritu— que conoce hasta los límites Pablo Cornejo pese a los espectros de Viola, Liu Bolin que ya son parte de un corpus-luz, ángeles de Boltanksi navegando y encendiendo de más ese cabello de fuego).
Porque todo asalto se hace en pleno vuelo. Esa siempre ha sido la acción hermética del pintor, del dibujante, del performer. La representación es monstruosa y lo hace sentir el joven peruano al asomar entre sus dibujos la carne rubensiana, si es que no Caravaggio, del cual Rubens entendió la corporalidad inhumana de la sangre y la sombra. Es el color encarnado, nuevamente, como verecundia, reacción de piel y expausition de la pintura que siempre ha apelado a lo impresentable. Yo lo miro(como si el ojo fuese un operador quirúrgico) parte de un cuerpo desnudo cuyas mujres de nalgas en rosa son parte de una memoria por venir. Pues el color rosa atraviesa las mujeres- animales de Pinto tal cual corporeidad de la luz en las paredes de este rincón citadino, el cual gracias a un espacio tripartita pone en duda la completitud del espacio de la pintura. Velázquez hace lo mismo en Las Meninas, pues no hay escenificaciones hacia afuera sino los personajes son tajados a ras por el formato. En tanto en Pinto, las cabezas tajan el cuerpo y se vuelven parte de una anatomía inhumana, pues el cuerpo no se organiza, se descorporeiza por el exceso de acefalia. La iluminación no es sobre rostros, sino en la independencia justa de las cabezas. Si hay reflejos suceden en esta densidad interior muy propia de esta carnosidad. No es cine pese a la tentación que tengo de reducirlo a una escenificación de un thriller, es el acontecimiento de seres que intentan dar —pese a la economía— lo que el amor pueda suscitarles. Y extrañamente, las miradas de los participantes a esta Residencia no se cruzan, tienden a ahondar más el enigma en la intensidad del color pero también del reflejo en la pared. La mirada es oscuridad. La oscuridad no camufla a los seres de la noche y sus sentencias de la noche pictórica.
Es la misma negritud del Chucho de doña Yelena, pues Ella entiende como escultura que la canonización no es posible cuando el arte se entroniza en su propio discurso. Ella, que apela siempre a la materia inclusive desde su forma de mirar, reír, bostezar, estar en silencio, sabe que todo el asunto de lo contemporáneo es ontoteológico. Mara ha capturado eficazmente a partir de la fotografía de ese instante cuando ella entrecierra sus párpados. Recuérdese entonces el peso del párpado en el medioevo como obturador sacrohumano de la contemplación divina y que Cactani supo expresar a partir de diseñar al ojo como cuerpo del viaje dantesco. Otra vez, Dante, tal vez por eso el poeta pastuso colocó a su hijo semejante nombre. O es que siempre en nombre de Ella todo viaje es posible y no es metafísica, ¡lo juro!.
Rayas carnosas de Sandra Petrovich que son posibles porque mira de frente al horror de la realidad. No hay horror vacui, sino fortaleza que se entiende desde la complejidad de la mímesis. Pero es más una anamorfosis que una mutación lo que se evidencia en esos trazos de animal, rasgos de relámpagos, rastros de resaca marina. Aunque el terror impone su propia narrativa, como Ximena Vargas lo deja sugerido, es asumir lo terrorífico como parte de pronunciar el ego del artista y cuyo rastro de horror antiguo se lleva en cuerpo y emana del artista como metis, brillantez de espíritu (estoy seguro que mencionar a Ulysses en un lugar equívoco es parte de esa corporeidad). ¿Será acaso por eso que haya tantos pelirrojos en esta Residencia?
Cabello de sangre de Pablo (cholera si se quiere, como el color de la violencia ancestral)
Cabello de Danae (Gustav Klimt, 1907)que se hace cuerpo en Alejandra Ramírez. Y que me habría imaginado como una virgen con cabello rojo tal cual se representa a Magdalena.
Cabello proteico e irisado de Nathalie (cuerpos del grabado, sí se quiere)
Cabello de Kirsi – valquiria cuya luminosidad logra su esplendor en el toque del Sol mañanero.
Manta que cubre todos los días a Carolina y que se vuelve un solo cabello en las piernas de sus amigas.
Y a todas estas el corazón de Thaise suena a lo lejos, cuya psicostasia hace parte de ofrecer el sungo (como se conoce al corazón en el sur de Colombia) al espectador, al voyeur, al estudiante. En esta escenificación de desvisceración, el sungo late más allá de una fisiología y anatomía académica. Es una mesa del laboratorium para que lo cordial pueda moler el sentido y la línea a favor de una exposición de la memoria que se acompaña de esta víscera sacra (splanchma) y el carácter de incorruptible. En este sentido, Bataille hace entender esa corrupción como una acción exterior sobre lo humano y que es posible sentirla solamente en la muerte. La muerte (y espero que esta personificación no se entienda como fábula) como extrema interdicción, es también la extrema transgresión y de ahí la relación entre erotismo y sacrificio.
o ya no es sacrificio sino antesala a lo insacrificable.
——————————————————————— “y un hombre alado extraña la noche”