LA IMPOSIBILIDAD DE LA PEDAGOGÍA. Arte contemporáneo y la muerte del paradigma moderno.

Artículo escrito para MODELOS DE RESIDENCIA
Encuentro Internacional de Arte Contemporáneo.
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Sólo quiero que quieras
Lo que todos queremos.
Ozuna.

No existe tal cosa como una pedagogía de arte contemporáneo. No hay libertad. No hay sujetos. No hay futuro. Lo que nos queda es el deseo de que haya deseo.

Una imposibilidad arrastra las otras imposibilidades. No hay futuro porque no somos capaces de imaginar, estructurar y llevar a cabo futuros alternativos. El fin del futuro es la instalación evidente de la reiteración estructural del presente.

No hay sujetos, por el empobrecimiento decisional que esta reiteración ocasiona. Porque nos hemos vuelto incapaces de imaginar otro que no sea la repetición de lo mismo, de nosotros mismos. Una reproducción ilimitada del empobrecimiento que nos hace eficientes.

No hay libertad entonces porque no es necesaria, no tiene rendimiento, no tiene uso posible. Se delimita el rango, se vuelve opaco. Se optimiza hasta la automatización. Todo es enunciación y prescripción.

Paralelamente, todo lo que se plantea como posibilidad es un retroceso tecnológico (y por ello, conceptual e ideológico). Trueque, huerto orgánico o economía de los afectos son una forma de nostalgia bienpensante que construye una heterotopía idílica y un presente fantasma mezcla de naturalización y resignación reafirmando los mismos procesos que dice pretender modificar.

Entonces y en una situación como ésta ¿es posible pensar una pedagogía de arte contemporáneo?. Quizás sólo si la pensamos como una administración de objetos, de funciones y funcionalidades. Una pedagogía que no es más que la gestión de un conocimiento transferible que debe estructurarse en técnicas estandarizadas (procedimientos, procesos, etc.) y, nuevamente, en objetos convertidos en bienes valorados (mercancías) y transacciones.

Las evidencias (los síntomas) son explícitos hasta la obviedad: las academias e institutos no enseñan arte ni lo pretenden. Enseñan convenciones tales como la historia, algunas conceptualizaciones (que actúan como sus coartadas) y fórmulas para repetir la manera en que otros sujetos han pretendido la construcción de su libertad.

Estas reiteraciones formales y fuera de contexto no son más que manifestaciones de la cultura que dan orden y cohesión al campo de conocimiento del arte (y a su institucionalidad), pero nada tienen que ver con las prácticas artísticas contemporáneas.

Estos son los elementos que constituyen su desfase, afirmativo en cuanto a construcción de criterios de valor y autoridad, prerrogativo en relación a la pregunta por los límites y capacidades del sistema de arte. En ningún caso es una falla o una falencia. La academia hace lo que corresponde que haga.

En este sentido las academias (como todas las instituciones de arte y pedagógicas) sólo están orientadas a procurar su subsistencia material y simbólica, desarrollando sistemas de inclusión/exclusión, de negociación con la precariedad y el desinterés; y es por ello que están satisfechas en sí mismas. Sólo ejecutan el entrenamiento de personas para que se comporten eficientemente dentro de su sistema. Esto todavía no es pedagogía. Esto es adoctrinamiento.

“Tu no ingresas a una institución,
la institución ingresa en tí”
sugería Andrea Freser.

Esta situación se extiende más allá del campo específico de conocimiento (y de los trabajadores de arte), incluyendo a todos los que llamamos público y -por extrapolación- incluso a quienes no tienen ningún interés o necesidad al respecto.

Incluso antes de entrar en una institución nos sometemos a un proceso de instalación de su ideología, participamos de su contrato de lectura que convierte el contexto en un orden de significación. Por ello una institución no se revoluciona a sí misma. Solo se ejecuta, se perfecciona y se maquilla (es decir, estetiza sus procesos y su violencia).

Frente a esto sólo podemos imaginar la opción de plantear un programa de trabajo para la resistencia. Y que este programa pretenda una modificación estructural, no un simple ajuste que nos favorezca en las relaciones de poder (con las personas, las cosas y  la jerarquía de valor).

Porque si llevamos a la práctica pretensiones como la de Paulo Freire y tantos otros, cuando intentamos enseñar la libertad en realidad lo que hacemos es adoctrinamiento. ¿Por qué? porque no es posible enseñar a ejercer la libertad, se enseña a ejercer una teoría de la libertad y sus convenciones. Esto es, enseñar una forma específica de su ideología.

Por ello hemos venido a proponer lo siguiente: Si el arte contemporáneo es alguna cosa, es la capacidad de poner a prueba la instalación de la ideología en un contexto, y con esto habilitar la capacidad de producción de subjetividad.

Arte y no pedagogía de arte. Pues el problema de la pedagogía de arte es que está tratando de producir algo que no puede describir sin que el discurso produzca más discurso (y que la institución produzca más institución). Porque -en el mejor de los casos- al tratar de generar un programa lo objetualiza y lo objetiva, desplegándose e imponiéndose material y conceptualmente sobre lo que quiere comprender. Entonces pierde su pretensión inicial de producir subjetividad.

La pedagogía de arte (y cualquier pedagogía) solo soporta trabajar con conocimiento estabilizado, necesita saber su nombre, necesita inventariarlo y protegerlo. La burocracia institucional de la preservación no resiste el estrés. No puede no saber, no pude dudar. No sabe escapar de la obligación de sentido.

Así es que -más allá de lo formal- no es posible que una institución de arte se actualice permanentemente. La producción de conocimiento siempre es inestable y la academia no lo produce más que en su versión convencional (de organización de convenciones).

La academia sólo puede hospedar ese conocimiento, desactivar su hostilidad, despolitizarlo y modular su deseo, a través  de la constitución de rituales. Esto, sólo cuando es capaz de reconocer su valor. Es dentro del conservadurismo institucional que se disputa el poder de la nominación y legitimación. Sin embargo, la formación de los criterios de valor para reconocer algo como artístico ocurren fuera de la academia, ocurren en la experienciación de la complejidad de aprender.

En resumen, la academia produce patrimonialización y administración del conocimiento.

Quiero aprender de ti. Sentémonos a conversar
hasta que pierda el interés o el interés nos modifique.

Hemos avanzando antes en esto: el arte contemporáneo es un campo de conocimiento sin axiomas, los que reemplaza por la reiteración de ciertos procedimientos para auditar otros campos y su propia normativa de ejercicio (como el arte de sistema).

Por eso, -porque consideramos que el Arte Contemporáneo es un sistema de interrogación de la realidad y una auditoría de la cultura– es que su relación con el patrimonio, el capital (material y simbólico), como también la administración, circulación y argumentación de valor (económico o financiero) es un objeto de total especulación.

Por esto consideramos que el arte contemporáneo está siempre bajo la lógica de: si funciona, está obsoleto.

Entonces, nuevamente, ¿de qué manera podemos involucrarnos en la curiosidad y en el deseo de aprender las cosas de forma que nada nos detenga en ese impulso, ni siquiera nuestra metodología de aprendizaje?.

Cuando desarrollamos residencias como instancias pedagógicas de arte contemporáneo, en realidad estamos tratando poner a disposición (y a prueba) ciertas herramientas técnicas, ciertas dinámicas de trabajo y las conductas automáticas que constituyen nuestra experiencia (lo que hemos vivido y lo que somos capaces de expermentar) para que los participantes (residentes y comunidades) queden disponibles a ser vulnerados.

Después son ellos quienes deciden el límite de su involucramiento.

No sabemos cómo una persona duda, solo sabemos lo que una persona enuncia. No sabemos lo que las motiva a dudar, cuáles son las condiciones, cuál es la profundidad o la complejidad de cómo se duda.

Sostenemos que a través del arte contemporáneo las personas pueden permitirse seguir la curiosidad que ponga a prueba sus decisiones y los exponga sin obligaciones a ser regulados por otros órdenes.

Ya lo mencionamos antes, “esto diferencia [al arte contemporáneo] del diseño, la publicidad y la artesanía; esto es lo que nos diferencia de la homogeneización, modulación y univocación del deseo, de sus satisfactores y -a través de ellos- de nosotros que nos pretendemos sujetos”.

Pero, ¿Cómo hacerse cargo de tu deseo, si muchas veces ni siquiera somos capaces de explicarlo a nosotros mismos? El deseo va construyendo su objeto cuando se ejecuta. Nos va construyendo, produce y obliga el discurso, produce y permea la acción. La actualiza, la pone al día y la hace acto.

Pretendemos, entonces, crear instancias donde el aprendizaje pueda elegir ser guiado por una pulsión hambrienta y lujuriosa de subjetividad. Un deseo que nos parta el cuerpo y nos obligue a la inteligencia.

Cuando hacemos residencias construimos un contexto de excepción donde esa elección sea posible, y nosotros mismos decidimos trabajar empujados por ese deseo, que nos exige profesional y personalmente. Decidimos hacerlo colectivamente, para potenciarnos y contenernos.

Sin receta prescriptiva, el arte contemporáneo se comporta como un fenómeno difuso que se nos escapa. Queremos fomentar instancias de investigación que se enfrenten a perseguir este objeto de estudio fugitivo y lo comprenda desde diversos imaginarios, haciéndole justicia a su complejidad.

Elegimos para esto perdernos voluntariamente, exigirnos a la incomodidad de no saber qué hacer y a renunciar a las eficiencias de lo que ya sabemos. Así, nos permitimos perseguir hipótesis falsas y nos exponemos a fallar, entendiendo que el éxito es solo una construcción contingente y contextual. Porque todo triunfo es una advertencia.

Elegimos  formas errantes como la conversación y aproximaciones provisorias como los diagramas que nos ayuden en esta urgencia de integrar nuevas capacidades mientras vamos descubriendo cómo ocuparlas.  

Habilitamos una instancia donde exponernos a la perversión necesaria que nos permita construir esa libertad, la de conseguir ser totalmente explícitos, y lograr sostener con desenfado otra versión de las cosas. Para poder, por momentos, ser sujetos.

Jorge Sepúlveda T. y Guillermina Bustos.
Coordinadores de la investigación
MODELOS DE RESIDENCIA 2
febrero 2018.

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