Primer día de la ciudad. Salir a caminar y descubrir el malecón en plena luz de día. El ambiente se revela como un libro superpuesto, o como una biblioteca: muchos textos por leer, muchas cosas por saber. No saber nada (del lugar) produce el entusiasmo por saberlo todo (de Guayaquil).
El ambiente es cálido –me recuerda la tierra de mi madre-, pero no hay sol. Llueve ocasionalmente, refrescándonos todos, y el río sorprende por su cauce que oscila hacia arriba y hacia abajo, de acuerdo a las horas del día… y la noche.
Desde el día anterior comenzamos a conocernos y el grupo de residentes inicia su integración. Las mesas repletas de computadoras, de palabras nuevas y experiencias compartiéndose. Es un contingente de se mantiene junto, hay quienes duermen tarde y quienes madrugan: dejamos poco tiempo en el hostal sin actividad.
La reunión informativa por la tarde apuntaló lo que ya estaba sucediendo: convivencia cordial y generosidad en el intercambio de conocimiento. Las bromas comparten plaza con cosas serias.
Hasta ahora Guayaquil y su escena de arte va tomando forma por lo que a nivel de la calle nos ha mostrado (monumentos y anti-monumentos, un museo antropológico y de arte contemporáneo que lanza un enigma sobre su contenido y funcionamiento, artistas locales que van llegando poco a poco) y en un ambiente comparativo a partir de lo que vamos sabiendo de los países de procedencia: Chile, Argentina, México, Brasil… y la geografía expandida que ofrecen las charlas de Ilze y Jorge.
Hasta ahora, vamos reconociendo el territorio, poco a poco convirtiéndolo en un paisaje.