Golondrina me la vuelvan,
Se hunde volando en el cielo
Y no baja hasta mi estera.
Gabriela Mistral
Como habrán visto en artículos anteriores he tratado, a propósito de las exposiciones de género[1] y de otras, el tema de la relación entre el deseo, el imaginario artístico y la producción (y montaje) de obras. Estos artículos son, antes que exhaustivos, ejercicios de lectura de la escena. En rigor son una pregunta por lo factible.
Las conversaciones y comentarios que han surgido de ellos hacen parecer que el tema, aunque descrito en textos y teorías, continúa vibrando bajo la capacidad del discurso. Explicaciones para esto hay varias, una de ellas puede ser la inevitable distancia entre la noción que refiere y lo referido. Algo así como una asíntota en la capacidad del lenguaje.
Esta distancia me hizo pensar en otra igual de antigua en el debate: la distancia entre lo público y lo privado. Y luego en otra, la distancia entre las herramientas emocionales (como también las racionales) y las costumbres. Acá me detuve, por que esta me encanta. Pero hay algo antes.
A partir de una charla que dio Mauricio Bravo en el Centro Cultural de España (Chile) hace unos días volví a valorar las delimitaciones específicas que nuestra cultura occidental da a ciertas partes del cuerpo como instancias de comunicación, el rostro y los gestos por ejemplo. Como elemento de un lenguaje, y no de un soliloquio, estas instancias están estandarizadas, univocadas. El lenguaje común no es una instancia de libertad, en un lugar de empobrecimiento eficiente.
La libertad del sujeto para referirse a algo podría estar en la ambiguación posible de la combinación de los gestos, en una ineficientización del sistema de signos. En este caso lo polisémico (de lo predicado) ocasionaría la intriga, una intriga provocada por un significado no previsto, no indexado en el sistema de signos.
Este vacío en la capacidad de la lectura de los gestos puede ser enfrentado de dos modos: obviar el mensaje que a primera vista se muestra como un sinsentido o obligar a los procesos cognitivos a generar una respuesta rápida de apropiación. Es decir, una reorganización del modelo de aprehender.
La primera respuesta es anti-social por que niega todo lo que no es yo. Yo pienso, yo creo, yo vivo, yo evalúo, yo valoro. La segunda es aparentemente inclusiva, construye un rango para un objeto desconocido. Constituye un territorio en lo que antes era un espacio. Una vez establecido debe definir un modo de relación con ese objeto (de saber), en esta obligación está la posibilidad de la relación social.
Es debido a esto mi énfasis en que las obras de arte contemporáneo son objeto/procesos inevitablemente vinculados a los procesos cognitivos. Para menos que eso tenemos arte de sobra en las artes de la representación y las artes exploratorias de los lenguajes (técnicos o tecnológicos, por ejemplo). Me salto por ahora el problema de cómo identificar un arte con las características descritas.
Entonces tenemos la distancia entre las herramientas y las costumbres. Una acepción que propongo para contemporáneo es «diferentes tiempos que ocurren simultáneamente». Para este caso ocurre que diferentes discursos sobre las costumbres coexisten en roce permanente entre ellos, pero principalmente con las capacidades sociales requeridas para actuar en esta actualización de la cultura, no para unificarlos / homogeneizarlos, como sería la pretensión moderna, si no para circunscribirlos a la concepción de mundo que los sustenta y relacionarlas efectivamente (en la práctica social) con las otras disponibles.
Estas capacidades sociales requieren la implementación, mediante la pedagogía, de herramientas emocionales y racionales. Los procesos cognitivos requeridos son específicos para cada contexto cultural y varían de uno a otro. Las costumbres entonces están detrás de un acuerdo entre los discursos, acuerdo previo a los hechos contingentes. De ahí su distancia.
La figura que titula este artículo es un intento de definición de un sujeto que transita entre las varias concepciones del mundo disponibles. Predador Social sería el que es capaz de hacer propios los deseos de los otros. A diferencia del Sociópata que los obvia por que simplemente no le interesan en el cumplimiento de sus deseos. Para describirlo solo puedo decir que vive en el ansia carnívora de lo otro, para que lo otro se realice completamente. No sé si hay costumbre para esto.
Jorge Sepúlveda T.
Curador Independiente
Agosto de 2007
[1] Drive In :: Historias (de Mujeres) discursivamente posibles, Jorge Sepúlveda T. [03 de agosto 2007]
Mistress Señoritas :: watch wath you wish, Jorge Sepúlveda T. [03 de agosto 2007]
Mistres Señoritas :: exponerse es ponerse en riesgo, Jorge Sepúlveda T. [07 de Agosto 2007]
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