Estoy sentado viendo las noticias cuando se suceden las imágenes de la liberación y los posteriores actos de homenaje a Ingrid Betancourt seguidas por las declaraciones del Ministro Iraní a propósito de las pruebas de misiles de mediano y largo alcance. Todo un hallazgo.
Les propongo que hagamos, al igual que con “el fin produce sus mediosâ€, un ejercicio de depuración discursiva: esta vez se trata de ver televisión como quien lee un texto, sin imágenes ni tono de voz. El resultado es sorprendente: la estructura del discurso es unívoca y sus argumentos se utilizan a favor cuando podrían usarse en contra, creando así un discurso intercambiable dependiendo de los intereses de la línea editorial. Vamos por partes.
Podríamos evitar las teorías conspirativas que nos recuerdan, cada cierto tiempo y desde el margen, hechos como la caída del avión en el pentágono el 11 de septiembre, el hollywoodense y prefabricado rescate de la soldado norteamericana Jessica Lynch (rehén en Irak) o las inexistentes armas de destrucción masiva que denunció Collin Powell quedando la impresión que podemos confirmar efectivamente que la Guerra del Golfo se luchó en la sala de prensa de CNN o simplemente no ha tenido lugar (como afirmó Jean Baudrillard).
Estas teorías nos llevarían a pensar que la utilización de la figura de Ingrid Betancourt será capitalizada como un avance político del conservadurismo que ya comenzó cuando descubrieron que el miedo y el odio reditúan suculentos dividendos económicos y de participación política mediante, por ejemplo, la seguridad ciudadana.
El punto no es condenar moralmente las líneas editoriales que nos gobiernan detrás de las informaciones, esas las aceptamos para justificar nuestras decisiones cotidianas, ellas son las que están construyendo efectivamente el imaginario social. Condenándolas nos quitaríamos un punto de enunciación desde el cual negociar el Contrato Social.
El punto acá es señalar la existencia de un discurso homogéneo que carece de contrastación de la información. Es decir, ante dos hechos de similar calidad moral uno se juzga y el otro se oculta.
No es novedoso afirmar que el discurso periodístico es un discurso histórico de corto plazo (y de frágil memoria), ni que el discurso histórico es un discurso del poder. El punto es que hemos fallado en la construcción de una contraparte discursiva y de un lugar para su enunciación.
La acción cotidiana de los individuos es, aun así, política. Pero de una política inofensiva y acrítica, el arte político obviamente también porque es resultado de ese modo de hacer ciudadanía.
No es novedoso tampoco decir que el discurso político es un discurso de medios, y que el discurso de los medios es un discurso publicitario. La publicidad es el arte político de nuestro tiempo, afirmó hace un par de años García Canclini en una charla en Santiago de Chile. Pero hay que definir que la publicidad es un arte político de establecimiento de rangos para el ejercicio del deseo. Es decir es la publicidad es un discurso pedagógico en el mejor de los casos y de adoctrinamiento en el peor de ellos, como antes lo fueron los discursos ideológicos partidistas.
Ahora vamos por las tareas: ¿Se puede hacer otro arte político? Claro, un arte político puede pretender ser un arte de análisis y desactivación de discursos. Algo así como lo que hace el arte de procesos cuando se hace cargo de las cartografías sociales.
Postulo que el arte es una acotación crítica de la cultura que debe actualizar sus herramientas permanentemente, construir sus estrategias leyendo los objetivos de las áreas que no son arte contemporáneo. Influyendo efectivamente en los procesos involucrados en la toma de decisiones éticas, estéticas y políticas. Algo así como imaginar a Ingrid Betancourt en un helicóptero liberando los presos de Guantánamo, en un capitulo de la mujer maravilla.
Jorge Sepúlveda T.
Curador Independiente
Buenos Aires, Julio de 2008.
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